Nuestra parroquia y nuestro pueblo han celebrado
con alegría la fiesta de El Taral. En peregrinación festiva hemos subido a
nuestra patrona, la Virgen de Navalazarza, a la Ermita del Monte. Ella, con su
Hijo en los brazos mira hacia nuestro pueblo y nos invita a que le sigamos,
haciendo lo que Él nos dice. En pocos días queremos celebrar la festividad del
Corpus. Jesucristo se hace presente en la Eucaristía y quiere visitar las
calles y casas de nuestro pueblo en la solemne procesión del día del Corpus.
María, nuestra Madre, “ha anticipado también en el
misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando en la
Visitación, lleva en su seno al Verbo hecho carne, se convierte de algún modo
en “tabernáculo” – el primer “tabernáculo” de la historia – donde el Hijo de
Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres se ofrece a la adoración de
Isabel, como “irradiando” su luz a través de los ojos y la voz de María.” (Ecclesia
de Eucharisitia, 55, S. Juan Pablo II, Abril 2003).
Ella nos invita ahora a que miremos a su Hijo y le ofrezcamos nuestro corazón y
nuestro pueblo preparados convenientemente para el encuentro del día del Corpus,
en la Misa y en la procesión.
Las
procesiones son públicas manifestaciones de fe; y por eso la Iglesia las
fomenta y favorece hasta con indulgencias. Pero la más solemne de todas las
procesiones es la de Corpus Christi.
En
la fiesta del Corpus Christi la Iglesia revive el misterio del Jueves santo a
la luz de la Resurrección. Jesús da realmente su cuerpo y su sangre. Cruzando
el umbral de la muerte, se convierte en Pan vivo, verdadero maná, alimento
inagotable a lo largo de los siglos. La carne se convierte en pan de vida.
En
la fiesta del Corpus Christi reanudamos su camino del Jueves santo, pero con la
alegría de la Resurrección. El Señor ha resucitado y va delante de nosotros. Llevamos
a Cristo, presente en la figura del pan, por las calles de nuestra ciudad.
Encomendamos estas calles, estas casas, nuestra vida diaria, a su bondad.
En
la procesión del Corpus Christi, como hemos dicho, acompañamos al Resucitado en
su camino por el mundo entero. Precisamente al hacer esto respondemos también a
su mandato: “Tomad, comed todos de él” (Mt 26, 26 s). No se puede “comer” al
Resucita-do, presente en la figura del pan, como un simple pedazo de pan. La
finalidad de esta comunión, de este comer, es la asimilación de mi vida a la
suya, mi transformación y configuración con Aquel que es amor vivo. Por eso,
esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de
seguir a Aquel que va delante de nosotros. (Benedicto XVI)
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