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martes, 2 de junio de 2015

CORPUS CHRISTI

Nuestra parroquia y nuestro pueblo han celebrado con alegría la fiesta de El Taral. En peregrinación festiva hemos subido a nuestra patrona, la Virgen de Navalazarza, a la Ermita del Monte. Ella, con su Hijo en los brazos mira hacia nuestro pueblo y nos invita a que le sigamos, haciendo lo que Él nos dice. En pocos días queremos celebrar la festividad del Corpus. Jesucristo se hace presente en la Eucaristía y quiere visitar las calles y casas de nuestro pueblo en la solemne procesión del día del Corpus.

María, nuestra Madre, “ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando en la Visitación, lleva en su seno al Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en “tabernáculo” – el primer “tabernáculo” de la historia – donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres se ofrece a la adoración de Isabel, como “irradiando” su luz a través de los ojos y la voz de María.” (Ecclesia de Eucharisitia, 55, S. Juan Pablo II, Abril 2003). Ella nos invita ahora a que miremos a su Hijo y le ofrezcamos nuestro corazón y nuestro pueblo preparados convenientemente para el encuentro del día del Corpus, en la Misa y en la procesión.

Las procesiones son públicas manifestaciones de fe; y por eso la Iglesia las fomenta y favorece hasta con indulgencias. Pero la más solemne de todas las procesiones es la de Corpus Christi.
En la fiesta del Corpus Christi la Iglesia revive el misterio del Jueves santo a la luz de la Resurrección. Jesús da realmente su cuerpo y su sangre. Cruzando el umbral de la muerte, se convierte en Pan vivo, verdadero maná, alimento inagotable a lo largo de los siglos. La carne se convierte en pan de vida.
En la fiesta del Corpus Christi reanudamos su camino del Jueves santo, pero con la alegría de la Resurrección. El Señor ha resucitado y va delante de nosotros. Llevamos a Cristo, presente en la figura del pan, por las calles de nuestra ciudad. Encomendamos estas calles, estas casas, nuestra vida diaria, a su bondad.

En la procesión del Corpus Christi, como hemos dicho, acompañamos al Resucitado en su camino por el mundo entero. Precisamente al hacer esto respondemos también a su mandato: “Tomad, comed todos de él” (Mt 26, 26 s). No se puede “comer” al Resucita-do, presente en la figura del pan, como un simple pedazo de pan. La finalidad de esta comunión, de este comer, es la asimilación de mi vida a la suya, mi transformación y configuración con Aquel que es amor vivo. Por eso, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a Aquel que va delante de nosotros.        (Benedicto XVI)

sábado, 2 de mayo de 2015

COMPARTE CON NOSOTROS EL CAMINO

Has entrado en tu WEB, en la WEB de la parroquia de San Agustín del Guadalix. Somos una comunidad de fe en la que caminamos juntos, y desde la cual queremos ser testigos de Jesucristo, del Dios vivo que habita en nosotros y por nosotros. Somos una comunidad misionera que quiere llevar a todos los rincones de nuestro pueblo la alegría de la verdad que nos ha sido regalada en Jesucristo. En este portal, como en los diferentes ámbitos de la parroquia, necesitamos de tu colaboración, de tu opinión y de tus críticas y propuestas. 

Te invitamos a que en este BLOG escribas tus comentarios, tus ideas, tus experiencias. Este es "un espacio para compartir" abierto a grandes y pequeños, a los que tienen fe y a los que la buscan. 

El Papa Francisco ha dicho en una ocasión: "Abrir las puertas a la comunicación digital es hacer posible que el Evangelio pueda salir al encuentro de todos y responder a la vocación misionera de la Iglesia. Debemos dialogar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir. No significa renunciar a las propias convicciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas. No tengamos miedo de hacernos ciudadanos del mundo digital." 



El Papa reconoce también que INTERNET es un don de Dios, y nos avisa de que tengamos cuidado con los peligros que la comunicación digital trae consigo. Vemos nuestra WEB de la parroquia de San Agustín del Guadalix como un servicio de la comunidad cristiana a la "cultura del encuentro", que nos facilitará "una comunicación para el mutuo conocimiento, una mejor comprensión y respeto mutuo a través del diálogo." (Ver: Mensaje del Papa Francisco para la JMCS 2014).

¡Comparte con nosotros el camino y permite que conozcamos tu opinión!


Por el equipo parroquial de la WEB:  Juan Carlos Ayuso y Francisco Nuño 


sábado, 18 de abril de 2015

NUESTROS SACERDOTES


En nuestra parroquia tenemos, gracias a Dios, a dos sacerdotes que entregan su vida siguiendo a Cristo y sirviendo a los demás. Son el párroco Ignacio López Ortega y el vicario pastoral Iban Munilla Ereña. Estamos acostumbrados a verlos, a dialogar con ellos, les escuchamos en las homilías y aprovechamos su disponibilidad para llevarles muchas de nuestras preocupaciones y limitaciones, especialmente en la confesión. 
Ellos son PIEDRAS VIVAS del templo que es nuestra iglesia local, y desean ayudarnos en nuestro camino de santificación. Para profundizar en esta su tarea y misión traemos hoy unas palabras del Papa Benedicto XVI, que pronunció en la audiencia general del miércoles 5 de mayo de 2010 en la Plaza de San Pedro.

La identidad y la misión del Sacerdote: 
Anunciar la Palabra y administrar los Sacramentos

"Queridos hermanos y hermanas:

Quisiera hablar hoy de la misión de santificar de los sacerdotes. Santificar una persona significa ponerla en contacto con Dios, con el ser de Dios que es verdad absoluta, bondad, amor y belleza. Esto no puede venir como fruto del esfuerzo del hombre, sino que es Dios mismo quien lo realiza. Parte esencial de la gracia del sacerdocio es el don y la misión de crear este contacto, que se realiza en el anuncio de la palabra de Dios y, de un modo particularmente denso, en los sacramentos. En efecto, la salvación sólo la podemos recibir de Dios, que nos atrae y obra en nosotros por medio de realidades materiales, que Él mismo ha escogido. Es preciso, pues, que los sacerdotes se dediquen con generosidad a la administración de los sacramentos, a dar a sus hermanos el tesoro de gracia que Dios ha puesto en sus manos, no como dueños, sino como servidores. Y, junto a esto, ayudar a los fieles a vivir plenamente la liturgia, el culto y los sacramentos como don divino gratuito y eficaz para la salvación."

Papa Benedicto XVI

lunes, 23 de febrero de 2015

Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2015


Fortalezcan sus corazones (St 5,8)

Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.
Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.

La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.

El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia
La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).
La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades
Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).

Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.
En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).
También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.

Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.

Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente
También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.

Vaticano, 4 de octubre de 2014
Fiesta de san Francisco de Asís
Franciscus 



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